LAS PALABRAS QUE NOS HAN DADO ORIGEN

"Comunión" y "Conversión"
Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21)
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¿Qué Palabra ha entrado en nuestras entrañas, en nuestro corazón, hasta herirlo? “Que todos sean uno para que el mundo crea” (Jn 17). Hemos puesto nuestros pasos vacilantes sobre esta Roca firme y así avanzamos seguras de ir por el camino que Ella han abierto para nuestra Comunidad.

Comunión y Conversión. Dos llamadas que se convierten en una sola: hacer de la Unidad, de la Comunión, nuestra Palabra de Conversión para el hombre, porque solo desde la unidad puede darse un testimonio creíble y ella es, a la vez, una provocación tan potente, en un mundo tan individualista y tan deseoso de amor como el nuestro, que puede hacer emerger la pregunta sobre Dios y la necesidad de volver a Él.

No hay Comunión más amable y atrayente que la del Padre y el Hijo. Ahí está nuestro Origen y también está nuestro sentido y Destino último. Vivir no es otra cosa que estar destinado/a a conocer esta Comunión (“como nosotros”, Jn 17, 11) y a entrar en Ella (“en nosotros” Jn 17, 21). Este es el sentido de la vida humana y esta es en realidad la Vida Eterna (Jn 17, 3).

Aquí en la tierra hemos sido llamados a vivir esa Comunión, como el Padre y el Hijo, por el Espíritu, con el Padre y el Hijo, en el Espíritu. Toda la existencia es Comunión a imagen de Aquella, hasta llegar a Aquella, de la que somos, en la que nos movemos y existimos (Hech 17, 28).

El empeño de nuestra Comunidad no es otro que vivir aquí en la tierra la Comunión del cielo. Hacer de la Comunión una forma de vida. Trabajar por la Comunión y la unidad en todos los ámbitos de nuestra pequeña y humilde existencia: en el seno de nuestra mismas relaciones Comunitarias; promover la cultura de la Comunión y la Unidad en el tejido social, en nuestra sociedad, en el lugar donde vivimos, en las relaciones con nuestros hermanos y hermanas, con toda persona humana que se acerca o está lejos, con la gente con la que contactamos; sobre todo con aquellos que tienen más dificultad para vivir esta realidad y sufren por ella.

La Comunión es en sí misma una respuesta a la urgente necesidad que tiene el hombre de espantar la soledad, el egoísmo, el individualismo; respuesta a la urgente necesidad de existir con y, en ese espacio vital, ser amado y amar, a la urgente necesidad del hombre de ser acogido en sus pobrezas y límites, ser abrazado estrechamente… hasta no formar más que uno (Didajé, 4), porque así lo quiere Dios para el ser humano.
Pero esa urgente necesidad es solo posible volviendo a la Fuente de la Comunión, a Dios mismo. La Iglesia ha de enseñar al hombre esa Comunión desde la Comunión a la que está llamada. Por eso es urgente la Comunión entre los cristianos y no se puede postergar, porque se refiere a la cuestión de Dios mismo, porque hace referencia a la primera vocación a la que el hombre está llamado y a lo Dios mismo es.

Ninguna Conversión, ninguna vuelta a Dios, será posible sin el testimonio de la Unidad, de la Concordia, el Amor y la Comunión entre los que creemos en Él. Solo esa Comunión es digna de fe, sólo el Amor es digno de fe.

Hemos de recorrer el camino de la Conversión en la Comunión. No solo la Comunión para que el mundo vuelva a Dios. En el mismo camino de Comunión se nos urge a vivir la espiritualidad de la Conversión continua: para que triunfe el amor y la concordia sobre nuestras diferencias y lejanías.

Esto es para nosotras un Don pero también una tarea. Si nuestra vida quiere provocar en el hombre una vuelta a Dios debe testimoniar lo que Dios mismo es. La Comunión en el interior de la Comunidad, en el tejido social y eclesial, en el tejido humano, es nuestro especial campo de trabajo, Campo de Misión y Vida. Esto quiere ser una ofrenda testimonial sobre todo para el hombre que se encuentra alejado de Dios, a fin de que vuelva a Él.

La Comunión es punto de atracción y camino mismo para la vuelta. La Comunión, como el Amor, es el Camino Franco de vuelta a Dios. Refleja la belleza y luminosidad del Rostro de Dios y es la senda abierta entre montañas escarpadas o muros de hormigón para acceder a la Verdad, a la Belleza, a la Bondad, a la Unidad, a Dios mismo.

Toda nuestra pequeña vida, todos nuestros trabajos apostólicos, descansan en estos dos pilares y se apuestan a estas dos tareas: Comunión y Conversión.

Respondemos así, brevemente, a tantas preguntas que nos hacéis los que nos seguís y queréis saber de nosotras. Todo ello bebe directamente del Evangelio, de San Agustín y de la tradición mendicante de nuestra Orden (Orden de S. Agustín). Tiene, pues, la misma raíz del tronco antiguo y la frescura de los tallos nuevos. Ya conocéis lo que deseamos pedid, por favor, para que lo consigamos.

M. Prado y Comunidad de la Conversión

Comunidad de la Conversión

Buscamos a Dios, a cada instante y en cada cosa, en toda persona con la que entramos en relación. Le buscamos porque estamos llamadas a descubrir su presencia en este mundo y porque anhelamos el encuentro con Él. Le buscamos unidas, "con un solo corazón y una sola alma", y así toda nuestra vida no es otra cosa sino una Peregrinación de Unidad hasta que descansemos en Él.

Hemos respondido a esta llama que arde en nuestro corazón no sólo por el deseo de vivir en su compañía y de dedicar a Él toda nuestra existencia sino también para que otros conozcan su Amor, se sepan por Él amados y vivan en Él.
Caminamos entre el agua y el fuego, entre la contemplación y la acción concreta de comunicar lo que en ella vivimos. Contemplata aliis tradere, estas son palabras significativas que la tradición mendicante acuñó para sí. "Transmitir a los otros lo contemplado". En ellas quedan dibujadas las direcciones y sentido de nuestra vida.

Origen

"Él llama a la Vida Consagrada para que elabore nuevas respuestas a los nuevos problemas del mundo de hoy"
(Juan Pablo II, Exhortación apostólica sobre La Vida Consagrada)

Las primeras hermanas de la Comunidad de la Conversión procedíamos del Monasterio de San Ildefonso de Agustinas Contemplativas de Talavera de la Reina, Toledo, del que salimos el 6 de Septiembre de 1999 con el fin de iniciar un camino nuevo dentro de la Orden de S. Agustín, siguiendo una llamada del Espíritu para responder al mundo de hoy desde el diálogo ecuménico y el diálogo con la increencia.

Nos acogió D. Rafael Palmero, entonces Obispo de Palencia, ofreciéndonos vivir junto a la Comunidad Cisterciense de S. Andrés de Arroyo hasta el 24 de Abril de 2000, fiesta de la Conversión de S. Agustín, en que comenzamos a vivir en Becerril de Campos, en el antiguo Seminario de la Provincia de Filipinas.
(Foto: Eremo di Lecceto, Italia) mas fotos>>

El 28 de agosto de 2000 llegamos las siete hermanas primeras a la Comunidad de Lecceto, donde vivimos una experiencia de comunión y fraternidad evangélica que nunca agradeceremos lo suficiente a Dios y a las personas que la hicieron posible, y desde aquí y gracias a estas Hermanas, partimos hacia España, el día 20 de Noviembre de ese mismo año, tras recibir de la Santa Sede (7 de Noviembre) la aprobación como Fundación del Eremo de Lecceto.

El día 2 de Febrero de 2005, Fiesta de la Virgen de la Calle en Palencia, recibimos la autonomía de Lecceto y el 19 de marzo, día de San José patrón de la Orden, fuimos erigidas como Comunidad autónoma y celebrabamos el primer Capítulo.
Nuestra Comunidad quiere ser una propuesta a la Orden y a la Iglesia de una nueva presencia agustiniana desde la fraternidad apostólica, desde la contemplación, el estudio y la evangelización haciendo del Monasterio un lugar de oración, de conversión y de comunión, tanto para los miembros de nuestra Orden como para toda la Iglesia.

Nos ha marcado nuestra Historia.
La experiencia de las primeras Comunidades cristianas, la herencia de Nuestro Padre Agustín, los orígenes Mendicantes de Nuestra Orden, la rica historia posterior y, sobre todo, la historia actual del mundo y de la Iglesia son los sellos significativos que marcan nuestra vida comunitaria.
Conversión y Comunión serán los dos campos de trabajo en los que la Comunidad se mueve, en el interior mismo de cada una de nosotras se escucha esta llamada, en el interior de nuestra misma Comunidad y por ella abrimos las puertas de nuestra casa a todo hombre que busca a Dios y desea hacerlo en compañía de otros.
La Comunidad realiza un trabajo pastoral en el mismo lugar donde vivimos: catequesis, Encuentros, Oraciones, Jornadas... Las personas que acuden buscan a Dios, han tenido experiencia de Él y vienen a avivarla.

También la Comunidad va en busca del hombre por eso el trabajo de Acogida en el Camino de Santiago tiene la pretensión de acompañar, desde la fe y la propia espiritualidad, a este hombre que transita por el camino de la vida, creyente o increyente, ofreciéndole el don gratuito de la luz y de la caridad a través de una pequeña comunidad religiosa. La acogida, la oración, el diálogo, la música, son lenguajes de acercamiento y acompañamiento sencillo y sincero.



Foto: El entonces Padre General de la Orden, Miguel Angel Orcasitas,
con las hermanas.

Fuentes

Nuestras fuentes, fundamentalmente son 3:
La Palabra de Dios
San Agustín como Padre espiritual y
y La Orden Mendicante Agustina.

Común a toda vida agustiniana es la contemplación, la fraternidad y el apostolado. 
Desde el s. XIII nuestra Orden ha estado inmersa en la actividad apostólica.
Las Órdenes Mendicantes surgen en el siglo XIII en una época donde la burguesía y las ciudades están en auge y se respira una clara oposición anticlerical. Dentro de la misma Iglesia, desde la segunda mitad del s.XII, hay una necesidad de volver a una predicación pobre e itinerante. La Iglesia misma reunirá en la nueva Orden de San Agustín (OSA) a todos aquellos que viven bajo su regla y desean la pobreza apostólica, teniendo todo en común, rechazando todos sus bienes y  trabajando con las manos. 

Las Órdenes Mendicantes

Están dentro de las órdenes religiosas católicas.Sus miembros hacen voto de pobreza, por el que renuncian a todo tipo de propiedades o bienes, ya sean personales o comunes. Viven en la pobreza la radicalidad evangélica, mantenidos sólo por el trabajo manual y la caridad. Las órdenes mendicantes más importantes fueron aprobadas en el s. XIII, después de superar la oposición inicial que sufrieron por parte del clero secular. Cabe señalar entre ellas a los frailes menores o franciscanos (aprobación papal en 1209), los frailes predicadores o dominicos (1216), los carmelitas (1245), y los agustinos (1256). Hubo una quinta orden, la de los servitas, fundada en 1233 y reconocida en 1424 como orden mendicante.

Respuesta de las órdenes Mendicantes a la situación del momento: Paso de la soledad eremítica a la inserción en la ciudad. Cercanía a los seglares: Se van a romper las barreras del claustro. Lo que da lugar a más vocaciones que con ellos vivían el Evangelio y predicaban el espíritu de penitencia voluntaria como estado de vida. Utilizan como medio la predicación popular. Con los mendicantes se da un paso de la pobreza individual a la comunitaria: no sólo el hermano/a es pobre sino que toda la comunidad se hace pobre. Los mendicantes acabaron con los movimientos pauperísticos que chocaban con la Iglesia que era rica y bien instalada. Como respuesta de la Iglesia a estos cambios nace la Orden de San Agustín que reune bajo una misma Regla a Guillermitas Juanbonitas...todos los eremitas de la Toscana italiana.